Un tipo va a una heladería, se acerca, peculiarmente dice:
“¿Tiene helado de pepino, por favor?”
“¿Nn-qué? Pepino… No tenemos… No tenemos helado de pepino aquí”
“Ah ok gracias”
Se va.
Al día siguiente, el mismo tipo aparece en la heladería, hay una cola enorme, hace cola durante 32 minutos, por fin llega al mostrador y pide:
“¿Tiene helado de pepino, por favor?”
“Hola. No, no tenemos helado de pepino, lo siento”.
“Oh ok, ok, bueno esa es mi suerte”. Saluda con la mano y se va.
Al día siguiente la heladería estaba cerrada, así que no sabemos si habría aparecido.
Pero el día después, justo cuando la heladería levanta su persiana, ahí está nuestro tipo.
“helado de pepino por favor”
“Lo siento, no hacemos de pepino. Pero tenemos unos buenos de vainilla, y por qué no prueba los de chocolate o fresa, van bien con…”
“Ah bueno ok pero quería saber si tenían pepino”.
Se queda mirando al suelo y respira lenta y pesadamente.
Se va.
Al dueño todo esto le parece un poco lamentable y decide hacer helado de pepino esa noche.
Busca y prepara los pepinos adecuados, especias, etc., se queda despierto hasta las tres y acaba con una tarrina de ese legendario helado de pepino, cremoso y de color verde claro.
Al día siguiente, todo sigue igual, se forma una gran cola, la gente señala el helado de pepino, hasta una persona llega a probarlo, pero no es un éxito arrollador.
El tipo del pepino se une a la cola, espera su turno. Cuando el dueño le ve, asiente con la confianza de un emperador. Su triunfo está asegurado.
Le toca pedir a nuestro tipo.
“¿Tienen helado de pepino ahora por favor?”
“Mirá, mejor que te lo creas, porque sí, tenemos. ¿Vas a quererlo en un…?”
“Sabe a mierda, ¿verdad?”
“¿Sabe a qué?”
“A mierda. Como vómito vegano frito en aceite de motor. No sé a qué subnormal se le ocurrió fabricar tal porquería, yo no se la daría de comer ni a un perro muriéndose de cáncer”
“Mirá amigo, mirame a los ojos, anoche me quedé hasta las tres de la mañana para atender tu pedido y hacer este helado porque sé que te importa este oficio y quiero servir a mi dedicada…”
“No me importa”
“clientela… por qué no lo probás. Expresás esta opinión pero no lo probaste”
“No necesito probarlo”
“Mirá esto no es internet, esto es la vida real, y si querés, que tu opinión, sobre algo, sea tomada en serio, cuando la expresás, en la proximidad, justo al lado de la cosa, de la cosa de la que estás hablando, entonces necesitas demostrar que has experimentado la cosa en sí”
“No necesito eso”
“Entonces no tenés credibilidad”
“¿Pero por qué necesito credibilidad?”
“Para que tus afirmaciones tengan peso”
“No, creo que es evidente que el helado de pepino sabe mal”
“No podés decir eso si no lo has probado”
“Bueno ok a ver dejame probarlo”
El dueño agarra un poco de helado, lo pone en una copita sobre el mostrador y, cuando el tipo está a punto de tomarlo, el dueño lo apuñala en el brazo con un cucurucho de helado y le lanza la tarrina de helado de pepino a la cara, salpicando la mitad del contenido de la tarrina por toda la heladería
La experiencia tuvo un profundo efecto en el tipo del pepino; se dio cuenta de que el conocimiento no se adquiere por mera observación o de oídas, sino a través de la experiencia personal. Se convirtió en un empirista que aprendió a confiar en sus propios sentidos para comprender el mundo que le rodeaba.
La vida está llena de momentos que pueden enseñarnos valiosas lecciones, pero depende de nosotros reconocerlos y aprender de ellos.
El altercado fue filmado diligentemente por otros cinco clientes, se publicó rápidamente en las redes sociales y, al cierre de esta edición, había acumulado un total de 458 reproducciones.
Pero la lección aprendida se quedó con él, porque la vida es un viaje de descubrimiento y crecimiento personal, y nadie puede entender algo de verdad hasta que lo ha experimentado por sí mismo.